lunes, 2 de marzo de 2015

Amor y humildad

Los que conocemos el tierno amor de Dios hemos de ser las personas más humildes sobre la faz de la tierra, de modo que si vemos a un hermano ensoberbecido y que nos trata con indiferencia, altivez u orgullo, nosotros respondamos con amor, sabiendo que así amontonamos ascuas sobre su cabeza y que ese amor lo avergonzará y humillará. Sólo el amor vence al orgullo.

Por otra parte, debemos aprender a RECIBIR amor y no sólo a darlo. Debemos aprender a recibir el amor de otros con humildad y corazón agradecido, no sintiéndonos molestos como si pensáramos que sus atenciones son innecesarias y no necesitáramos de los demás. Hay gente que no acepta el servicio ajeno porque no quiere "rebajarse" a la calidad de ser servido y cree ser superior al resto cuando sirve. Eso es una distorsión que está en nuestra mente algunas veces y que hay que corregir, igual que aquella por la cual pensamos que debemos ser servidos. Nosotros no podemos estar a la espera de que los demás nos traten con amor. El discípulo de Cristo aprende de él que debe estar siempre dispuesto a lavar los pies de los demás aunque nadie lave los suyos, pero él también nos enseñó que debemos estar siempre dispuestos a que otros laven nuestros pies en caso de que se ofrezcan a hacerlo. No seamos como Pedro que no quería que Jesús lavase sus pies.

Entonces, si tenemos parte con Cristo, somos enseñados, por un lado, a amar sirviendo con toda humildad sin esperar recibir nada a cambio y, por otro lado, a recibir el amor de los demás que fluye de Dios. Así haremos volver ese amor a Él en forma de acción de gracias y alabanza.