lunes, 2 de marzo de 2015

Amor y humildad

Los que conocemos el tierno amor de Dios hemos de ser las personas más humildes sobre la faz de la tierra, de modo que si vemos a un hermano ensoberbecido y que nos trata con indiferencia, altivez u orgullo, nosotros respondamos con amor, sabiendo que así amontonamos ascuas sobre su cabeza y que ese amor lo avergonzará y humillará. Sólo el amor vence al orgullo.

Por otra parte, debemos aprender a RECIBIR amor y no sólo a darlo. Debemos aprender a recibir el amor de otros con humildad y corazón agradecido, no sintiéndonos molestos como si pensáramos que sus atenciones son innecesarias y no necesitáramos de los demás. Hay gente que no acepta el servicio ajeno porque no quiere "rebajarse" a la calidad de ser servido y cree ser superior al resto cuando sirve. Eso es una distorsión que está en nuestra mente algunas veces y que hay que corregir, igual que aquella por la cual pensamos que debemos ser servidos. Nosotros no podemos estar a la espera de que los demás nos traten con amor. El discípulo de Cristo aprende de él que debe estar siempre dispuesto a lavar los pies de los demás aunque nadie lave los suyos, pero él también nos enseñó que debemos estar siempre dispuestos a que otros laven nuestros pies en caso de que se ofrezcan a hacerlo. No seamos como Pedro que no quería que Jesús lavase sus pies.

Entonces, si tenemos parte con Cristo, somos enseñados, por un lado, a amar sirviendo con toda humildad sin esperar recibir nada a cambio y, por otro lado, a recibir el amor de los demás que fluye de Dios. Así haremos volver ese amor a Él en forma de acción de gracias y alabanza.


viernes, 13 de febrero de 2015

Amados, amad

Efesios 5:1-2  Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. 
Cantares 7:10  Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento.

Cuando nosotros nos deleitamos en el Señor, él también se deleita en nosotros y esto es así porque Dios se regocija en que nosotros pensemos, sintamos y hagamos lo correcto. ¿Y qué es lo correcto? Valorar lo más valioso, apreciar lo más precioso y expresar este entendimiento en cada acto (1Co 16:14 _Todas vuestras cosas sean hechas con amor).

Abandonemos la idea de que el amor es un mero sentimiento, porque eso insulta a Dios. Dios es amor. Claramente para Jesús el amor era más que un sentir, era una forma de vida; él andaba en amor y el amor daba lugar a y emanaba de todo lo que hacía, "así que el cumplimiento de la ley es el amor" (Rom 13:10)Por eso en Jesús se cumplía la palabra que dice: "El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón" (Sal 40:8). El amor en la Biblia es una cuestión moral y no solo de sentimientos, envuelve decisiones del corazón e implica la mente y la voluntad, no solo nuestras emociones (Mar_12:30  Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas). El amor brota de un corazón agradecido a Dios y que se deleita en Él. De este modo, el que ama persigue siempre lo que agrada y glorifica a la única fuente de su amor que es Dios y proyecta ese amor hacia el prójimo buscando de forma activa su bien. Al prójimo sólo se le ama verdaderamente cuando Dios es la fuente, cuando él es nuestro supremo bien. Por eso fuera del amor de Dios que es en Cristo solo es posible la idolatría. Nosotros cavamos cisternas rotas que no retienen agua cuando dejamos nuestro primer amor y vagamos buscando en otros lo que sólo Dios nos puede dar. 

Por otra parte, el amor es lo que hace que el yugo de la ley sea fácil y ligera su carga, porque en todo momento tenemos el amparo, la fortaleza y el consuelo del Cristo resucitado, sabiendo que mayor es su gracia que nuestra debilidad y pecado. Cuando se ama, nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente descansan en Aquel del que fluye el amor, el cual es espiritual y no carnal. El amor no se parece a un impulso involuntario ni a una chispa que se enciende repentinamente ni a un fuego que nos consume, porque el amor posee dominio propio y viene a nosotros suavemente como una lluvia que refresca, empapa la tierra y produce su fruto (no como algo que consume, sino como algo que limpia y purifica). El amor no busca lo suyo y anhela servir, por eso el que ama siempre ve su deseo cumplido, pero al que no ama sus deseos le consumen. El amor no hace nada indebido. El amor es como un bálsamo que cura, como ungüento derramado cuyo aroma lo impregna todo, dulce, suave y apacible. Se podría decir que todo lo que el amor toca lo transforma. El amor hace nuestras vidas más gustosas y agradables de vivir porque es benigno, no hace daño a nadie y cubre las faltas que son hechas contra nosotros. El amor es como una flecha que conquista y como un escudo que protege, por eso gana todas las batallas. El amor no teme nada ni te hace sentir vulnerable; el amor es fuerte como la muerte (Cnt 8:6); todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor fue lo que impulsó a Jesús a dar su vida por personas que no merecían nada cuando estaban muertas en sus delitos y pecados. El amor nunca deja de ser.

A veces escucho decir que hay gente por la que no vale la pena luchar o perder el tiempo y mis recuerdos me golpean, porque yo también fui una persona así, indigna del tiempo que Cristo colgó de ese madero, indigna de su amor tan grande. El cristiano no ha conocido otro amor sino aquel que es incondicional, entonces no adulteremos ni corrompamos el amor de Dios poniendo condiciones, sino pidamos la gracia que nos es necesaria para amar así. Ni por un momento caigamos en el error de que es más fácil amar si nos gusta la persona o nos cae bien, porque engañoso es el corazón más que todas las cosas y de él salen las pasiones desordenadas y todas las inmundicias, pero el amor viene de Dios. Podemos apasionarnos de una persona por lo que ella nos beneficia y satisface nuestros deseos egoístas, pero para AMAR a tal persona hace falta gracia y un corazón totalmente consagrado a nuestro amor Jesús.

“Pero el propósito de nuestra instrucción (nuestro mandamiento) es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera”, 1 Timoteo 1:5.

lunes, 2 de febrero de 2015

Amor deleitoso

Cnt 7:6  ¡Qué hermosa eres, y cuán suave, 
Oh amor deleitoso! 

¿Nos hemos preguntado qué es lo que hace tan deleitoso al amor? ¿Nos hemos preguntado por qué el amor de Cristo produce tanto deleite? Yo sé por qué a mí me resulta tan grato, pero no voy a poder contar ni la mitad sobre eso porque el amor de Dios es insondable. Hay un himno en portugués que dice:

Metade nunca se contou,
Do amor de Deus Jeová.
Metade nunca se contou,
Da paz que aos salvos dá.

Puedo empezar diciendo que el amor de Cristo me resulta deleitoso porque me comunica que estoy perdonada. Saberse perdonado produce en nosotros alivio y paz entre otras cosas, pero saber que la causa de ese perdón es que otro llevó nuestros pecados y sufrió nuestro castigo despierta nuestro amor más tierno y celoso. Es así que su amor me concede libertad, porque produce en mí los deseos y afectos que son contrarios al pecado que esclaviza mi voluntad. Por otra parte, el amor de Cristo aleja de mí toda vergüenza y temor, haciéndome saber que en él soy muy hermosa y no hay inmundicia en mí. Tal amor no se compara al de los cuentos de princesas humildes y muy bellas, porque nuestra falta de nobleza y dignidad era tan acusada que no se podría esperar el sacrificio de ningún príncipe honorable para rescatarnos, pero así fue. La dignidad y la honorabilidad de este príncipe son el motivo por excelencia de que su amor resulte tan deleitoso y apreciamos sus virtudes al conocer que él pisó el lagar del vino del furor y de la ira de Dios sólo, nadie le ayudó, y completó su labor con éxito. 

El amor de Cristo es deleitoso por muchas razones y todas ellas más profundas de lo que podemos entender porque Dios es amor y conocerlo será nuestra ocupación y nuestro deleite durante toda la eternidad.

domingo, 18 de enero de 2015

Corazón quebrantado

Infinitamente mejor que el placer que toma nuestro corazón en los deleites de este mundo es tener un corazón quebrantado por el pecado.

Hay gente viviendo de espaldas a Dios que se considera feliz, que vive con optimismo y se levanta cada día con ganas de hacer cosas nuevas. Muchas de estas personas al escuchar hablar de religión piensan que no necesitan ninguna porque ya son felices. Lo cierto es que cuando la base de una religión es la felicidad del hombre muchos que viven bien la podrán ver útil para otros, pero no para ellos mismos. La verán para aquellos que sufren o han tenido poca suerte en la vida; los pobres, los marginados, los moribundos, las víctimas de alguna injusticia... Sin embargo, para la gente que tiene todo lo que pudiera desear y lo disfruta, una religión que promete felicidad y una vida maravillosa no le resultará tan atrayente. Por otro lado, como el mensaje apela a sus deseos egoístas, quizás si se lo venden bien pensarían en ello, al fin y al cabo todos queremos ser más felices, pero cuando les hablan de felicidad verdadera por creer en Jesús simplemente les parece absurdo y aburrido. Lo peor de todo es que comparan su vida con la vida de otros cristianos, los cuales enfrentan los mismos problemas que el resto del mundo e incluso más añadidos por causa de su fe; esa perspectiva deprime a cualquiera que esté buscando mayor felicidad. 

El cristianismo, sin embargo, no basa su mensaje en la felicidad del individuo. Yo protesto contra la idea humanista de que Dios está ahí para dar la felicidad al hombre porque la pura realidad es que Dios mismo es la felicidad del hombre, ya que el hombre fue creado con el propósito de glorificarle a Él y disfrutar de Él para siempre; así que el hombre es el que está ahí para dar a Dios la gloria que sólo él merece, viviendo a su servicio, rindiéndole obediencia y alabanza y siendo satisfecho con ello. El propósito del evangelio no es hacer feliz sino salvar al hombre de sus pecados, y esto para la gloria de Dios, porque a él le ha placido salvar a un pueblo para su propia gloria. La felicidad del creyente es un subproducto, porque si Dios busca su gloria también está buscando, consecuentemente, el bien de aquellos que han sido creados para disfrutar de ella, pero no es el producto principal. 

Así, el evangelio siempre traerá a un primer plano no la infelicidad, sino el pecado del hombre (que es lo que le impide glorificar a Dios y disfrutar de Él) y también trae a un primer plano la justicia de Dios, anunciando que, tanto el juicio de lo primero como la satisfacción de lo segundo, se realizaron en la cruz; y que la justicia de Cristo es imputada a nosotros por medio de la fe en él y en este evangelio. Como dice Ray Confort, el evangelio es una promesa de justicia, no una promesa de felicidad, y como tal también se puede ofrecer a los que están disfrutando de “los deleites temporales del pecado.” (Heb 11:25)

El evangelio anunciado correctamente es un mensaje universal, que se dirige a cada persona de este mundo "por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom 3:23). Es esto reside el verdadero problema de todo ser humano, no en la falta de felicidad, sino en la falta de justicia, porque la imagen de Dios en el hombre ha sido radicalmente corrompida por el pecado. El evangelio trae malas noticias al hombre de conciencia dormida que nunca ha pensado que esté en problemas con nadie y menos con su Creador. Son malas noticias porque le dice que carece de justicia para presentarse delante de Dios y que está condenado a un castigo eterno. 

Ciertamente hay muchas personas no creyentes que se consideran felices y están satisfechas con su forma de vida y sus principios morales,  así que lo que todo hombre necesita en primera instancia es ser confrontado con la ley de Dios, porque este es el verdadero estándar de justicia por el que Dios se rige y mide al hombre, y también es el medio que el Espíritu Santo usa para convencer de pecado, de justicia y de juicio. Si no es así, cualquier persona común, con su mente cauterizada por el pecado y su conciencia debilitada por el mismo, se ofenderá grandemente al escuchar hablar de un sacrificio por sus pecados y rechazará a Cristo porque no cree necesitar ningún salvador. Las buenas noticias del evangelio de un rescate nunca le resultarán agradables a nadie que no conozca su condición de pecador perdido y condenado a la justa ira de Dios. Sin un corazón quebrantado por el pecado, el evangelio le sonará a locura y desatino.

Por otra parte, si eliminamos la ley del mensaje, ¿como entenderá nunca el pecador que Dios es amor? Muchos empiezan evangelizando con un "Dios te ama" y luego le hablan de enemistad con Dios, pero así se hace imposible entender nada. Lo lógico que el hombre puede pensar al oír que Dios le ama es que Dios le perdona si hace algo mal y que nunca le va castigar severamente. Sin embargo, la realidad es otra, porque el Dios de la Biblia nunca dará por inocente al culpable y nunca dejará su justicia eterna insatisfecha. Un acto de amor es hacer conocer esto a todos los hombres a fin de que puedan conocer su verdadero estado ante Dios, que están bajo su ira y no bajo su favor.  En todo esto se hace necesaria la ley  "porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Rom 3:20); también se hace necesario escuchar sobre la justicia que es por la ley, "El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas" y se hace necesario oír la sentencia de condenación que prende sobre la cabeza del pecador: "Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas" (Gál_3:10). Entonces —si el Espíritu le ha convencido de pecado de justicia y de juicio— podrá ver su necesidad de un Salvador y podrá por fin entender el amor de Dios al dar a su Hijo en rescate por muchos. Este individuo deja atrás su justicia propia y camina a Cristo para ser lavado de sus pecados y reconciliado con Dios.  La ley es, pues, el único método eficaz para cerrar la boca del pecador que trata de justificarse a sí mismo (Rom 3:19) porque la ley de Dios es perfecta y demanda una obediencia perfecta.

Otro argumento más a favor del uso de la ley es que Dios la ha escrito en nuestra conciencia, entonces la única forma de despertar la conciencia de todo hombre es a través de la ley misma. La conciencia del hombre está dormida y debilitada por el pecado, pero al escuchar la ley de Dios es molestada y perturbada, por cuanto no puede negar que sea cierto lo que se dice en ella. Si el pecado es infracción de la ley (1Jn 3:4), este sólo se presentará y manifestará tan vil como es bajo la exposición de esa ley (v. Rom  7:7). En definitiva, la ley es el instrumento usando por Dios para quebrantar el corazón del hombre y convertirlo. Por eso dice el salmista: "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma" (Salmos 19:7). Dice también el mismo salmo que el precepto del Señor alumbra los ojos y por eso el creyente necesita de la ley cada día, para que le enseñe, para que desvele los secretos de su corazón y le siga conduciendo siempre a Cristo.

Por desgracia, mucho del evangelismo moderno apenas habla de la ley y no descubre el pecado, y así es imposible presentar adecuadamente a Cristo. Algunos lo presentan como alguien que satisface nuestras necesidades y soluciona nuestros problemas terrenales. Yo no veo esto en la predicación de los apóstoles, ellos no iban con frases como "en Jesús encontrarás la felicidad verdadera", porque por muy bienintencionado que pudiera ser dicho esto, el hombre natural no puede entender el mensaje que un cristiano puede estar queriendo transmitir con esa frase, pues está ciego a la gloria de Dios y sólo puede pensar en la satisfacción de sus deseos egoístas y necesidades terrenales. 

Decía al principio que infinitamente mejor que el placer que toma nuestro corazón en los deleites de este mundo es tener un corazón quebrantado por el pecado. Esto es cierto porque todo lo que el mundo sin Dios nos puede ofrecer, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida no pasa de una droga que nos hace sentir contentos en medio de nuestra propia ruina. El pecado nos impide ver la luz de la gloria de Dios, nos impide deleitarnos en Él y comprobar que él es bueno. El pecado nunca paga lo que promete sino que destruye, seduce con mentiras, esclaviza y paga con muerte. Sin embargo, un corazón quebrantado por el pecado ve en Cristo su libertad y por medio del conocimiento de la Verdad se aparta de su pecado en arrepentimiento para encontrar vida abundante en Cristo, al cual se agarra por la fe. El pecado decepciona y es locura porque va en contra de lo bueno y de lo que realmente satisface nuestras almas; pero a través de un corazón quebrantado por el pecado y a través del arrepentimiento volvemos a la cordura, reconociendo el camino de la santidad (sólo en Cristo) como única vía para una vida de plena satisfacción en Dios (el Santo). El placer que toma el corazón en los deleites del pecado es la evidencia de que la muerte espiritual ha pasado a todos los hombres que quedan esclavos de sus propios deleites, aceptando antes lo que es mentira y engaño en el mundo que a Dios, de quien todas las cosas toman existencia y por el cual todas ellas subsisten. El pecado atenta contra la esencia misma de las cosas, contra el verdadero significado y propósito para el cual Dios las ha creado, pero todo lo creado sigue siendo de Dios y dependiendo de él para existir, así que el pecado no puede prometer nada a nuestro favor, porque ¿qué bien hay fuera de Dios? 

El pecado es contingente, dependiendo de lo bueno y verdadero para llegar a hacer algo en oposición a eso (destruir y matar únicamente). En cambio, nuestro Dios y fuente de bien es eterno y transcendente, no depende de nada para ser y todo lo creado toma su valor de él. Como dice C. S. Lewis: el mal no tiene existencia excepto como privación del bien. Para tener éxito, el mal necesita lo que le secuestra al bien. Por ello el pecado solo podrá dar muerte a la verdad en nuestro corazón y mente, pero la realidad de la santidad de Dios a la que un día todos nos enfrontaremos nunca podrá ser cambiada.

Que el Señor nos bendiga a todos con un corazón quebrantado por el pecado para que dejemos de confiar en nuestra capacidad y en nuestra justicia propia y nos apoyemos sólo en la justicia de Cristo. Seamos como aquel publicano que no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 
...porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Luc 18:14) 


jueves, 8 de enero de 2015

Propósitos para el Año Nuevo

Sal 31:14-15a  Mas yo en ti confío, oh Jehová; digo: Tú eres mi Dios.
En tu mano están mis tiempos

¿Has pensado en lo extraordinario que es que nuestro futuro esté todo en las manos de nuestro bondadoso, sabio y amoroso Padre celestial? El Dios que creó el Universo tan maravillosamente también es el constructor de nuestro mañana, del más pequeño detalle en nuestras vidas. Sabemos que él quiere lo mejor para nosotros, es decir, conformidad a Cristo. Ese es el móvil con el que Dios opera. Por eso, si él te llama a hacer algo que parece ser poco oportuno o sin sentido para ti ahora, simplemente obedece, porque Dios no sólo sabe lo que hace; sino que todo lo hace bien. Puede ser que no veas ahora el propósito de Dios, pero lo que sabes de Él debe ser suficiente para que le confíes tus tiempos. Deja que Él se encargue de todo, porque si has dicho "sí" a tu Señor también has dicho "no" a otros señores, incluyéndote a ti mismo.

Si, por otro lado, estás esperando desde hace tiempo respuesta a alguna oración específica y tienes la seguridad de que es para la gloria de Dios y lo pides basándote en los méritos de Cristo, continúa orando con paciencia creyendo que el Señor te escucha. Considera la espera como un tiempo determinado por Dios. Lo cierto es que nuestra vida a este lado de la eternidad se constituye de tiempos de espera, pero lo importante es no pasarlos como tiempos de tensa expectación poniendo los ojos en las bendiciones que pedimos; sino de contemplación, poniendo nuestros ojos solo en Dios, el dador.

Salmo 123:1-2 A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos. 
He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros.

Puede ser que estés atravesando por un momento complicado y puede que por eso tus espectativas para el año que empieza sean de todo menos positivas. Puede que las dificultades sean tan grandes que estés lleno de incertidumbre y temores con respecto a tu mañana, pero aún puedes mirar a Dios y declarar conmigo: "Mi futuro no es incierto, está cuidadosa y amorosamente trazado sobre el propósito eterno de mi buen Dios."

Jesús, nuestro bien, nunca nos abandonará. No sabemos lo que traerá el mañana, ni nos conviene preocuparnos con ello, todos nuestras inquietudes sobre el futuro deben esfumarse en vista de esta certeza: que pase lo que pase hoy, Cristo estará conmigo, y pase lo que pase mañana, Cristo estará conmigo. Él será siempre lo mejor de mi día e invariablemente de lo que pierda o gane, él siempre será el mismo y siempre estará conmigo.

Estas son las palabras de Jesús que describen nuestra vida (la esencia, el sentido, la razón y el propósito de ella) en la tierra, en el cielo y en los nuevos cielos y tierra que vendrán: esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (Juan 17:3). Entonces prosigamos en conocer al Señor y todos nuestros esfuerzos sean puestos en esta dirección,  porque "Él vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra" (Ose 6:3).

Si vas a tomar una decisión difícil que no sabes lo que traerá, preocúpate sólo de una cosa, de poner tu confianza en Dios y no en tu futuro. Dios no nos muestra más del mañana porque quiere que hoy confiemos en Él y que nuestro corazón descanse en él y no en ninguna conquista pasada, presente o futura.

Hablando de tiempos, hay algo que la Biblia dice que debemos buscar siempre, lo cual es el rostro de Dios (Sal 105:4), y también nos muestra ejemplos de que los que buscan al Señor y persisten en ello son prosperados (2Cr 26:5  Y persistió Uzías en buscar a Dios... y en estos días en que buscó a Jehová, él le prosperó). 

Ahora bien, ¿qué significa buscar a Dios? ¿qué significa buscar su rostro? Buscar a Dios implica el conocimiento de su persona y de su voluntad, así como la búsqueda de su rostro se refiere a su favor, su poder o su gracia para nuestras vidas con el fin de hacer aquello que agrada a Dios ("Buscad a Jehová y su poder"). Por eso leemos en Daniel 11:32 que "el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará". 

Si miramos a Dios seremos de todo menos agentes pasivos, porque la Biblia dice que través de mirar a Dios en Cristo somos transformados a su imagen. Sin embargo, sabemos que nadie puede ver a Dios por vista en este mundo sin morir; necesitamos los ojos de la fe. Otra cosa que deberíamos saber es que no podemos mirar o tratar de alcanzar conocimiento espiritual de un Dios absoluto, sino que necesitamos al Dios-Hombre para eso. La gloria de Dios sólo puede ser vista por nosotros a través de Cristo por la fe. Cristo es la imagen del Dios invisible, el resplandor de su gloria, la imagen misma de su substancia; él nos lo da a conocer a través del velo de su humanidad, —Jua_1:14  Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad—, de su humillación, de su muerte, de su resurrección, de su exaltación...

2Co 4:6  Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 

Podemos tener muchos buenos propósitos para este nuevo año, pero el principal debe ser siempre aquel que Dios se ha propuesto para nosotros, sus hijos. Dios se ha propuesto producir en nosotros un corazón conforme al suyo, transformándonos a la imagen de su Hijo por medio de la contemplación de su gloria.

2Co 3:18  Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 

David, el hombre conforme al corazón de Dios, escribió en el Salmo 27: 

Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo. Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto. (Sal 27:4-5) 

¡Qué este sea nuestro propósito para este año que empieza! No solo nuestra petición a Dios sino nuestra búsqueda diaria. Caminemos con Dios a la luz de su rostro.

lunes, 22 de diciembre de 2014

El niño que Dios preparó (2ª parte): Manifestado en carne y justificado en Espíritu

Leemos en la Biblia que Dios fue manifestado en carne y justificado en Espíritu (1Tim 3:16). No obstante, por manifestado en carne no debemos entender únicamente su kénosis y su encarnación sino también su humillación, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:8). Es, pues, imposible contar la historia del niño de Navidad ocultando su divinidad (Dios fue manifestado), o contar de su nacimiento sin anticipar su muerte, o hablar de su venida sin exaltar sobre ello el propósito salvador de la misma. Así lo vemos también cuando un ángel anunció a los pastores que había nacido en la ciudad de David un Salvador y a José dijo en sueños: llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mat 1:21).

Por otro lado, justificado en Espíritu quiere decir que el Espíritu de Dios dio testimonio de que aquel niño concebido sobrenaturalmente por el poder del Espíritu Santo en el vientre de una virgen, nacido en Belén conforme a lo que la palabra divinamente inspirada profetizaba y muerto en una cruz como un maldito he aquí la contradicción a su justicia—, era el Justo. ¿Y cómo dio ese testimonio? Resucitándolo de la muerte tras haber padecido como un inicuo en nuestro lugar, el Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Horatius Bonar dice más: el Espíritu lo resucitó y así lo declara justo, libre de la culpa imputada por causa de la cual él descendió a la tumba (Nótese que en todo momento la resurrección se asocia a la cruz, a lo que Cristo ha consumado en ella y a los beneficios que resultan de ella y que, por supuesto, son producidos en nosotros por el poder de su resurrección).


Con respecto al nacimiento de Jesús, no perdamos nunca la perspectiva. La encarnación es un milagro que nos habla de la necesidad de un Salvador que sea al mismo tiempo divino y humano. Entendamos que, por su naturaleza divina, el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios solo podría darse de una forma sobrenatural (desde el punto de vista de los "hijos de hombres"), por el poder del Espíritu Santo. Por otro lado, el nacimiento virginal del Mesías nos habla de la necesidad de que este no naciese bajo la maldición de la raza humana, la cual hubiese heredado en el proceso natural de un nacimiento normal. Estos fenómenos nos describen la única forma de enviar al ansiado Mesías, el cual debía descender del linaje de David según la carne y ser al mismo tiempo sin mancha de pecado. Creer estas cosas respecto a la primera venida de Jesús y guardarlas en nuestro corazón como María lo hizo es necesario y fundamental para entender su obra salvadora, porque todo lo que se refiere a la venida de Jesús nos remitirá necesariamente al sacrificio de sí mismo, ya que todo fue perfecta y milagrosamente diseñado por Dios para la preparación de un sacrificio expiatorio eficaz o suficiente, capaz de quitar de una vez y para siempre el pecado de en medio. 


El fin de esta disertación no es otro más que resaltar el hecho de que nada fue consumado en el pesebre y que ni siquiera la resurrección está en el centro de mira de la Biblia, sino la cruz. Jesús mandó recordar de forma especial un único acontecimiento de su venida, y no fue ni su nacimiento ni su resurrección, sino su muerte. Con respecto a la cena del Señor, el apóstol Pablo dice: Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga (1Co 11:26).


viernes, 19 de diciembre de 2014

El niño que Dios preparó (1ª parte): El verdadero mensaje es rechazado en Navidad

CAMINO DE BELÉN. ANÓNIMO S. XVII
Aunque la Navidad no es una fecha que los cristianos tengamos que guardar u observar, es una época en la cual, queriendo o no, estamos obligados a pensar en el nacimiento de Cristo; y esto es algo de lo que podemos beneficiarnos si no lo sacamos de su contexto, tal como el mundo lo hace.

Siempre es bueno recordar cómo Dios preparó la venida de aquel que salvaría a su pueblo de sus pecados, meditar en la naturaleza de nuestro salvador y pararnos a admirar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: cómo él se despojó (kénosis) a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres... Por desgracia, el mundo hace de todo en Navidad menos esto, tratando de ignorar la deidad de Jesús y su condición de Salvador del mundo.

El verdadero problema en Navidad es el mismo que durante el resto del año, sólo que quizás se haga más evidente en estas fechas. El problema está en el rechazo al mensaje de la cruz; por lo que la encarnación del Hijo de Dios y el propósito salvador de su venida pasan a ser ideas ofensivas nada dignas de recordar ni celebrar. Fácilmente podemos notar que, al hacer el énfasis en la parte de la historia que describe el nacimiento de Jesús, se está velando toda la gloria de este acontecimiento, ocultando lo más importante: la deidad de Cristo y el propósito de su venida. El mundo  (con su impacto dentro de la iglesia también) se entretiene con el cuento de los pastores, de los Magos de Oriente y del nacimiento del niño en el pesebre; pero pierde todo el contexto de la historia al negar que necesite un salvador y, si no tenemos un salvador, la Navidad deja de tener sentido. 

Para observar el contexto adecuadamente necesitamos fijar la cruz como centro de referencia y entonces podremos mirar la venida de Jesús desde la eternidad, en la cual fue destinado para expiación (1Pe 1:20) y ver su sombra a través del tiempo. Así, durante la época veterotestamentaria  podremos contemplar el vislumbre de la belleza, la sabiduría, la gracia, la justicia, la fidelidad y el amor de Dios en su forma de tratar con el pueblo de Israel, rebelde y obstinado; pero escogido y beneficiario de las promesas hechas a Eva, a Abraham, a Judá, a David... También reparamos en las leyes ceremoniales y en los sacrificios expiatorios que apuntaban a Cristo y a su obra en la cruz. Oímos la voz de los profetas que anunciaron su venida y vemos cómo la promesa, que fue antes de la ley, pervivió a través de los tiempos y de las generaciones a pesar de aquel pueblo duro de cervid.  Al final descubrimos lo que aquella paciencia divina escondía, a saber, que todos los pecados pasados por alto en el pasado esperaban su juicio en la cruz; y que la mira de Dios era manifestar en este tiempo su justicia a través Cristo, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe en él (cf. Rom 3:25-26).                       

El velo del antiguo pacto es quitado por Cristo siempre que tengamos la cruz en mente, dónde tuvo lugar el sacrificio substitutivo del Hijo de Dios herido por los pecados pasados, presentes y futuros de su pueblo. Ahí llegamos a entender las promesas de paz, de un libertador, de un rey hijo de David cuyo reinado de justicia sería eterno. Sabemos que pasan miles de años de espera, pero un buen día su reino vino; aunque no como muchos judíos entendían y esperaban, porque él no nació en un palacio y (como dice un poeta) otros reyes cabalgaron, pero él se tambaleó rumbo a su trono. Con todo, basta mirar adecuadamente el contexto con los ojos siempre fijos en la cruz y veremos el cumplimiento de toda la ley y de las promesas en la persona y obra Cristo, desde el pesebre hasta el madero, en el cual consumó nuestra salvación e hizo la paz; esto sin olvidarnos de su resurrección en cuerpo y alma a los cielos. Sólo así podremos asimilar la encarnación del Mesías, su nacimiento virginal y ver, tanto en su vida como en su muerte, toda justicia cumplida y satisfecha (la cual es imputada a nosotros por la fe).

Tocante a su venida, quiero resaltar que, tanto la encarnación como la resurrección se entienden y toman su real significado en referencia a la muerte de Jesús en la cruz. Tal como lo hemos estado viendo, en la encarnación descubrimos al "Cristo con nosotros" o al "Dios con nosotros", a través de un evento que apunta siempre hacia delante, a la misma cruz, dónde descubrimos al "Cristo por nosotros" para nuestra justificación. A su vez, la resurrección apunta hacia el pasado, nuevamente a la cruz, tal como lo expresa Horatius Bonar en su obra "La justicia eterna":
La resurrección se convirtió en el canal o instrumento por el cual la vida y la justificación son garantidas a nosotros en la cruz y por medio de ella. (...) La resurrección apunta al pasado, a una substitución consumada, y sella las bendiciones de esa substitución para nosotros. 
Es por eso que este querido ministro escocés se refiere a los beneficios de la resurrección como "Cristo en nosotros", la vida de Cristo y lo que él hizo por nosotros en la cruz es conferido a nuestra alma por el poder de la resurrección que actúa en los que hemos sido crucificados con Cristo (muertos al pecado para servir a la justicia).

Espero que la idea de la que partía haya quedado clara, que; aunque todo en la Biblia es importante y nos conviene tener presentes cada uno de los hechos y de las circunstancias que envuelven la venida de Cristo para entender mejor; necesitamos 
ante todo mantener el equilibrio y armonía del evangelio poniendo el énfasis dónde la Biblia lo pone para no adulterar el único mensaje que es poder de Dios para salvación. 

Como broche de oro, rescataré una de mis mis frases favoritas de Spurgeon que suscribe lo que vengo diciendo: donde sea que cortes la Escritura fluirá de ella la sangre del Cordero.