lunes, 22 de diciembre de 2014

El niño que Dios preparó (2ª parte): Manifestado en carne y justificado en Espíritu

Leemos en la Biblia que Dios fue manifestado en carne y justificado en Espíritu (1Tim 3:16). No obstante, por manifestado en carne no debemos entender únicamente su kénosis y su encarnación sino también su humillación, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:8). Es, pues, imposible contar la historia del niño de Navidad ocultando su divinidad (Dios fue manifestado), o contar de su nacimiento sin anticipar su muerte, o hablar de su venida sin exaltar sobre ello el propósito salvador de la misma. Así lo vemos también cuando un ángel anunció a los pastores que había nacido en la ciudad de David un Salvador y a José dijo en sueños: llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mat 1:21).

Por otro lado, justificado en Espíritu quiere decir que el Espíritu de Dios dio testimonio de que aquel niño concebido sobrenaturalmente por el poder del Espíritu Santo en el vientre de una virgen, nacido en Belén conforme a lo que la palabra divinamente inspirada profetizaba y muerto en una cruz como un maldito he aquí la contradicción a su justicia—, era el Justo. ¿Y cómo dio ese testimonio? Resucitándolo de la muerte tras haber padecido como un inicuo en nuestro lugar, el Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Horatius Bonar dice más: el Espíritu lo resucitó y así lo declara justo, libre de la culpa imputada por causa de la cual él descendió a la tumba (Nótese que en todo momento la resurrección se asocia a la cruz, a lo que Cristo ha consumado en ella y a los beneficios que resultan de ella y que, por supuesto, son producidos en nosotros por el poder de su resurrección).


Con respecto al nacimiento de Jesús, no perdamos nunca la perspectiva. La encarnación es un milagro que nos habla de la necesidad de un Salvador que sea al mismo tiempo divino y humano. Entendamos que, por su naturaleza divina, el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios solo podría darse de una forma sobrenatural (desde el punto de vista de los "hijos de hombres"), por el poder del Espíritu Santo. Por otro lado, el nacimiento virginal del Mesías nos habla de la necesidad de que este no naciese bajo la maldición de la raza humana, la cual hubiese heredado en el proceso natural de un nacimiento normal. Estos fenómenos nos describen la única forma de enviar al ansiado Mesías, el cual debía descender del linaje de David según la carne y ser al mismo tiempo sin mancha de pecado. Creer estas cosas respecto a la primera venida de Jesús y guardarlas en nuestro corazón como María lo hizo es necesario y fundamental para entender su obra salvadora, porque todo lo que se refiere a la venida de Jesús nos remitirá necesariamente al sacrificio de sí mismo, ya que todo fue perfecta y milagrosamente diseñado por Dios para la preparación de un sacrificio expiatorio eficaz o suficiente, capaz de quitar de una vez y para siempre el pecado de en medio. 


El fin de esta disertación no es otro más que resaltar el hecho de que nada fue consumado en el pesebre y que ni siquiera la resurrección está en el centro de mira de la Biblia, sino la cruz. Jesús mandó recordar de forma especial un único acontecimiento de su venida, y no fue ni su nacimiento ni su resurrección, sino su muerte. Con respecto a la cena del Señor, el apóstol Pablo dice: Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga (1Co 11:26).


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