domingo, 18 de enero de 2015

Corazón quebrantado

Infinitamente mejor que el placer que toma nuestro corazón en los deleites de este mundo es tener un corazón quebrantado por el pecado.

Hay gente viviendo de espaldas a Dios que se considera feliz, que vive con optimismo y se levanta cada día con ganas de hacer cosas nuevas. Muchas de estas personas al escuchar hablar de religión piensan que no necesitan ninguna porque ya son felices. Lo cierto es que cuando la base de una religión es la felicidad del hombre muchos que viven bien la podrán ver útil para otros, pero no para ellos mismos. La verán para aquellos que sufren o han tenido poca suerte en la vida; los pobres, los marginados, los moribundos, las víctimas de alguna injusticia... Sin embargo, para la gente que tiene todo lo que pudiera desear y lo disfruta, una religión que promete felicidad y una vida maravillosa no le resultará tan atrayente. Por otro lado, como el mensaje apela a sus deseos egoístas, quizás si se lo venden bien pensarían en ello, al fin y al cabo todos queremos ser más felices, pero cuando les hablan de felicidad verdadera por creer en Jesús simplemente les parece absurdo y aburrido. Lo peor de todo es que comparan su vida con la vida de otros cristianos, los cuales enfrentan los mismos problemas que el resto del mundo e incluso más añadidos por causa de su fe; esa perspectiva deprime a cualquiera que esté buscando mayor felicidad. 

El cristianismo, sin embargo, no basa su mensaje en la felicidad del individuo. Yo protesto contra la idea humanista de que Dios está ahí para dar la felicidad al hombre porque la pura realidad es que Dios mismo es la felicidad del hombre, ya que el hombre fue creado con el propósito de glorificarle a Él y disfrutar de Él para siempre; así que el hombre es el que está ahí para dar a Dios la gloria que sólo él merece, viviendo a su servicio, rindiéndole obediencia y alabanza y siendo satisfecho con ello. El propósito del evangelio no es hacer feliz sino salvar al hombre de sus pecados, y esto para la gloria de Dios, porque a él le ha placido salvar a un pueblo para su propia gloria. La felicidad del creyente es un subproducto, porque si Dios busca su gloria también está buscando, consecuentemente, el bien de aquellos que han sido creados para disfrutar de ella, pero no es el producto principal. 

Así, el evangelio siempre traerá a un primer plano no la infelicidad, sino el pecado del hombre (que es lo que le impide glorificar a Dios y disfrutar de Él) y también trae a un primer plano la justicia de Dios, anunciando que, tanto el juicio de lo primero como la satisfacción de lo segundo, se realizaron en la cruz; y que la justicia de Cristo es imputada a nosotros por medio de la fe en él y en este evangelio. Como dice Ray Confort, el evangelio es una promesa de justicia, no una promesa de felicidad, y como tal también se puede ofrecer a los que están disfrutando de “los deleites temporales del pecado.” (Heb 11:25)

El evangelio anunciado correctamente es un mensaje universal, que se dirige a cada persona de este mundo "por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom 3:23). Es esto reside el verdadero problema de todo ser humano, no en la falta de felicidad, sino en la falta de justicia, porque la imagen de Dios en el hombre ha sido radicalmente corrompida por el pecado. El evangelio trae malas noticias al hombre de conciencia dormida que nunca ha pensado que esté en problemas con nadie y menos con su Creador. Son malas noticias porque le dice que carece de justicia para presentarse delante de Dios y que está condenado a un castigo eterno. 

Ciertamente hay muchas personas no creyentes que se consideran felices y están satisfechas con su forma de vida y sus principios morales,  así que lo que todo hombre necesita en primera instancia es ser confrontado con la ley de Dios, porque este es el verdadero estándar de justicia por el que Dios se rige y mide al hombre, y también es el medio que el Espíritu Santo usa para convencer de pecado, de justicia y de juicio. Si no es así, cualquier persona común, con su mente cauterizada por el pecado y su conciencia debilitada por el mismo, se ofenderá grandemente al escuchar hablar de un sacrificio por sus pecados y rechazará a Cristo porque no cree necesitar ningún salvador. Las buenas noticias del evangelio de un rescate nunca le resultarán agradables a nadie que no conozca su condición de pecador perdido y condenado a la justa ira de Dios. Sin un corazón quebrantado por el pecado, el evangelio le sonará a locura y desatino.

Por otra parte, si eliminamos la ley del mensaje, ¿como entenderá nunca el pecador que Dios es amor? Muchos empiezan evangelizando con un "Dios te ama" y luego le hablan de enemistad con Dios, pero así se hace imposible entender nada. Lo lógico que el hombre puede pensar al oír que Dios le ama es que Dios le perdona si hace algo mal y que nunca le va castigar severamente. Sin embargo, la realidad es otra, porque el Dios de la Biblia nunca dará por inocente al culpable y nunca dejará su justicia eterna insatisfecha. Un acto de amor es hacer conocer esto a todos los hombres a fin de que puedan conocer su verdadero estado ante Dios, que están bajo su ira y no bajo su favor.  En todo esto se hace necesaria la ley  "porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Rom 3:20); también se hace necesario escuchar sobre la justicia que es por la ley, "El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas" y se hace necesario oír la sentencia de condenación que prende sobre la cabeza del pecador: "Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas" (Gál_3:10). Entonces —si el Espíritu le ha convencido de pecado de justicia y de juicio— podrá ver su necesidad de un Salvador y podrá por fin entender el amor de Dios al dar a su Hijo en rescate por muchos. Este individuo deja atrás su justicia propia y camina a Cristo para ser lavado de sus pecados y reconciliado con Dios.  La ley es, pues, el único método eficaz para cerrar la boca del pecador que trata de justificarse a sí mismo (Rom 3:19) porque la ley de Dios es perfecta y demanda una obediencia perfecta.

Otro argumento más a favor del uso de la ley es que Dios la ha escrito en nuestra conciencia, entonces la única forma de despertar la conciencia de todo hombre es a través de la ley misma. La conciencia del hombre está dormida y debilitada por el pecado, pero al escuchar la ley de Dios es molestada y perturbada, por cuanto no puede negar que sea cierto lo que se dice en ella. Si el pecado es infracción de la ley (1Jn 3:4), este sólo se presentará y manifestará tan vil como es bajo la exposición de esa ley (v. Rom  7:7). En definitiva, la ley es el instrumento usando por Dios para quebrantar el corazón del hombre y convertirlo. Por eso dice el salmista: "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma" (Salmos 19:7). Dice también el mismo salmo que el precepto del Señor alumbra los ojos y por eso el creyente necesita de la ley cada día, para que le enseñe, para que desvele los secretos de su corazón y le siga conduciendo siempre a Cristo.

Por desgracia, mucho del evangelismo moderno apenas habla de la ley y no descubre el pecado, y así es imposible presentar adecuadamente a Cristo. Algunos lo presentan como alguien que satisface nuestras necesidades y soluciona nuestros problemas terrenales. Yo no veo esto en la predicación de los apóstoles, ellos no iban con frases como "en Jesús encontrarás la felicidad verdadera", porque por muy bienintencionado que pudiera ser dicho esto, el hombre natural no puede entender el mensaje que un cristiano puede estar queriendo transmitir con esa frase, pues está ciego a la gloria de Dios y sólo puede pensar en la satisfacción de sus deseos egoístas y necesidades terrenales. 

Decía al principio que infinitamente mejor que el placer que toma nuestro corazón en los deleites de este mundo es tener un corazón quebrantado por el pecado. Esto es cierto porque todo lo que el mundo sin Dios nos puede ofrecer, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida no pasa de una droga que nos hace sentir contentos en medio de nuestra propia ruina. El pecado nos impide ver la luz de la gloria de Dios, nos impide deleitarnos en Él y comprobar que él es bueno. El pecado nunca paga lo que promete sino que destruye, seduce con mentiras, esclaviza y paga con muerte. Sin embargo, un corazón quebrantado por el pecado ve en Cristo su libertad y por medio del conocimiento de la Verdad se aparta de su pecado en arrepentimiento para encontrar vida abundante en Cristo, al cual se agarra por la fe. El pecado decepciona y es locura porque va en contra de lo bueno y de lo que realmente satisface nuestras almas; pero a través de un corazón quebrantado por el pecado y a través del arrepentimiento volvemos a la cordura, reconociendo el camino de la santidad (sólo en Cristo) como única vía para una vida de plena satisfacción en Dios (el Santo). El placer que toma el corazón en los deleites del pecado es la evidencia de que la muerte espiritual ha pasado a todos los hombres que quedan esclavos de sus propios deleites, aceptando antes lo que es mentira y engaño en el mundo que a Dios, de quien todas las cosas toman existencia y por el cual todas ellas subsisten. El pecado atenta contra la esencia misma de las cosas, contra el verdadero significado y propósito para el cual Dios las ha creado, pero todo lo creado sigue siendo de Dios y dependiendo de él para existir, así que el pecado no puede prometer nada a nuestro favor, porque ¿qué bien hay fuera de Dios? 

El pecado es contingente, dependiendo de lo bueno y verdadero para llegar a hacer algo en oposición a eso (destruir y matar únicamente). En cambio, nuestro Dios y fuente de bien es eterno y transcendente, no depende de nada para ser y todo lo creado toma su valor de él. Como dice C. S. Lewis: el mal no tiene existencia excepto como privación del bien. Para tener éxito, el mal necesita lo que le secuestra al bien. Por ello el pecado solo podrá dar muerte a la verdad en nuestro corazón y mente, pero la realidad de la santidad de Dios a la que un día todos nos enfrontaremos nunca podrá ser cambiada.

Que el Señor nos bendiga a todos con un corazón quebrantado por el pecado para que dejemos de confiar en nuestra capacidad y en nuestra justicia propia y nos apoyemos sólo en la justicia de Cristo. Seamos como aquel publicano que no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 
...porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Luc 18:14) 


2 comentarios:

  1. Amén, hermana. Que decirte, es de gran Bendición estas palabras. Que Dios siga guiando tu camino.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Emilio, doy gracias a Dios por su gracia. Bendiciones

      Eliminar