lunes, 2 de febrero de 2015

Amor deleitoso

Cnt 7:6  ¡Qué hermosa eres, y cuán suave, 
Oh amor deleitoso! 

¿Nos hemos preguntado qué es lo que hace tan deleitoso al amor? ¿Nos hemos preguntado por qué el amor de Cristo produce tanto deleite? Yo sé por qué a mí me resulta tan grato, pero no voy a poder contar ni la mitad sobre eso porque el amor de Dios es insondable. Hay un himno en portugués que dice:

Metade nunca se contou,
Do amor de Deus Jeová.
Metade nunca se contou,
Da paz que aos salvos dá.

Puedo empezar diciendo que el amor de Cristo me resulta deleitoso porque me comunica que estoy perdonada. Saberse perdonado produce en nosotros alivio y paz entre otras cosas, pero saber que la causa de ese perdón es que otro llevó nuestros pecados y sufrió nuestro castigo despierta nuestro amor más tierno y celoso. Es así que su amor me concede libertad, porque produce en mí los deseos y afectos que son contrarios al pecado que esclaviza mi voluntad. Por otra parte, el amor de Cristo aleja de mí toda vergüenza y temor, haciéndome saber que en él soy muy hermosa y no hay inmundicia en mí. Tal amor no se compara al de los cuentos de princesas humildes y muy bellas, porque nuestra falta de nobleza y dignidad era tan acusada que no se podría esperar el sacrificio de ningún príncipe honorable para rescatarnos, pero así fue. La dignidad y la honorabilidad de este príncipe son el motivo por excelencia de que su amor resulte tan deleitoso y apreciamos sus virtudes al conocer que él pisó el lagar del vino del furor y de la ira de Dios sólo, nadie le ayudó, y completó su labor con éxito. 

El amor de Cristo es deleitoso por muchas razones y todas ellas más profundas de lo que podemos entender porque Dios es amor y conocerlo será nuestra ocupación y nuestro deleite durante toda la eternidad.

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